Buscar este blog

lunes, 16 de junio de 2025

Visión

Tenía tan solo 7 años cuando el sentido de la vista me fue arrebatado. Recuerdo despertar aquel día de invierno con esas manchas sin sentido tapando parte del paisaje. Eran como motas de polvo que nunca terminaban de caer. Mis padres pensaron que serían producto del cansancio y que con el paso de las horas terminarían por desaparecer. Pero no ocurrió. Al contrario de lo esperado, las manchas parecían crecer día a día; como si se alimentaran de la luz que me rodeaba. Ya hartos de la situación, mis padres decidieron llevarme al oftalmólogo, quien, tras un vistazo no muy extenso, frunció el ceño y me derivó a un especialista. El diagnóstico final fue devastador: neuropatía óptica hereditaria de Leber (NOHL), una rara enfermedad mitocondrial que afectaba al nervio óptico; privándome progresivamente de la maravillosa capacidad de ver.

A los pocos meses, todo se convirtió en oscuridad. Mis padres actuaron admirablemente rápidos; enseñándome a leer braille y adoptando a Jules, el que fue mi maravilloso perro guía que estuvo acompañándome los siguientes 14 años. Mis padres trabajaron incansablemente para que pudiera desenvolverme con autonomía, adaptando cada detalle de mi entorno y asumiendo todos los gastos necesarios para mi educación.


Hoy, 40 años más tarde, los recuerdo con mucho cariño y admiración. Vivía en la casa donde había transcurrido toda mi infancia, pues era lo que papá y mamá hubiesen querido en ese entonces. Nunca había tenido pareja y no pensaba en hacerlo, pues me encontraba muy tranquila rodeada de soledad.  Sin embargo, quizá la presencia de alguien a mi lado habría bastado para advertirme de lo que estaba a punto de suceder.


Yo, a pesar de ser una persona totalmente autónoma, sigo solicitando ciertos servicios por pura comodidad. Una mujer venía dos veces por semana a limpiar la casa. Con una vivienda tan grande, resultaba complicado compaginar su cuidado con el resto de quehaceres.  Es por ello por lo que Laura, la empleada de la limpieza, poseía una copia de la llave: pudiendo salir y entrar sin problema. Por lo demás, nadie recorría la casa sin mi presencia. 


Ese día me había quedado más tarde de lo esperado frente al televisor. Aunque no pueda verlas, las novelas de la noche tienen una trama realmente emocionante. Solo un loco sería capaz de apagarla a mitad de la historia. Laura había venido esa misma mañana a casa para darle un repaso general. Ella siempre deja las cosas en su sitio correspondiente y es muy cuidadosa con todo lo que hace. Al fin y al cabo, mis manos cumplen la función que mis ojos no pueden realizar; por lo que mantener los objetos en un mismo sitio ayuda a orientarme.


Cuando el episodio llegó a su fin, me dispuse a ir al cuarto de baño para asearme y proceder a ir a la cama. Al abrir la puerta del aseo, un extraño sonido se escuchó desde dentro. Era la primera vez que escuchaba algo así en aquel lugar; como si alguien se hubiese movido velozmente de un lado a otro. Pensé que podía ser consecuencia del cansancio, así que entré sin darle importancia. Cada cosa estaba en su sitio. No había nada fuera de lo normal. Sin embargo, me sentía incómoda. Notaba como si algo ahí dentro estuviese mal. Posé mis manos en todos los objetos posibles: el lavadero, el baño, los champús, las cremas, las toallas… todo parecía estar en orden, pero la sensación no desaparecía. Fui a mi habitación y le dejé un mensaje de voz a Laura, preguntándole si había notado algo raro esa misma mañana. Luego me metí en la cama. Estaba agotada, y decidí que seguramente todo había sido producto de la fatiga.


Al día siguiente, esa extraña sensación seguía acompañándome. Era como si algo o alguien estuviera observándome desde algún rincón. Caminaba por la casa tocando los muebles, abriendo cajones, comprobando bajo la cama, en los armarios. No había ni rastro de nada. Y, sin embargo, no me sentía sola.


Recibí un mensaje de voz de Laura.. 


—No he notado nada raro… aunque... —hubo un silencio largo— bueno, quizá solo sea cansancio. Llevas varios días durmiendo poco, ¿no?


Hizo una pequeña pausa y siguió.


—Lo cierto es que me preocupa lo que dices. Sé que eres muy perceptiva y si sentiste que algo estaba fuera de lugar, seguramente lo estaba. ¿Revisaste la alarma? A veces cuando hay bajadas de tensión puede sonar un zumbido raro, aunque no se active. Me pasaré esta tarde de todos modos. Cuídate.


Tomé su consejo y fui a la entrada para revisar la alarma. Al posar la mano en ella, pude percatarme de una pequeña nota pegada a esta. Estaba escrita en braille, y lo que pude leer en ella hizo que mi corazón diese un vuelco.





“Siempre inspeccionaste en todos lados, pero nunca el techo”





Y entonces lo escuché. Un leve crujido… justo encima de mí.


martes, 5 de noviembre de 2024

Reflejo

            Mi nombre es Tomás y me encuentro escribiendo esto en una situación bastante abrumadora. Llevo un total de tres meses en la unidad de salud mental de Ancora, internalizado por un supuesto “trastorno esquizoafectivo”. 

La historia dio su comienzo cuando terminé la carrera de enfermería hace un par de años, tiempo en el cual iba hospital tras hospital buscando un lugar que realmente me hiciera sentir pleno. Siempre me habían impulsado mis ganas de salvar vidas y poder ayudar a las personas, motivo por el cual elegí esta profesión. Sin embargo, un centro convencional parecía no llenarme del todo. «Hay personas muriendo allá afuera, ¿por qué seguir atendiendo estúpidos catarros?», pensaba.


Fue tal mi devoción por esos pensamientos que me mudé a uno de los barrios más pobres de los Estados Unidos: Camden, Nueva Jersey. El plan era sencillo; vivir de alquiler en una humilde morada y tratar de ofrecer mis servicios a los más necesitados. Los primeros meses se hicieron cuesta arriba. No conocía a demasiadas personas y la gente parecía “huir” de los extranjeros. Notaba una fuerte falta de confianza por parte de los civiles, cosa que dificultó mi trabajo durante días. Por suerte, pude ponerme en contacto con una asociación vecina que dedicaban sus esfuerzos a ayudar a los más desamparados.


El día a día era duro, pero nada que no hubiera anticipado: alta criminalidad, pobreza, adicciones… Todo lo previsto. Sin embargo, aquel apartamento de alquiler, el lugar donde me debía de sentir seguro; donde debía de dejar de estar alerta y descansar, se volvió una completa pesadilla.

Una mañana, tras despertar, comencé la rutina matutina como de costumbre. Había acordado con Jessica, una de las promotoras de tal asociación, vernos para partir al Cooper University Health Care; uno de los principales centros médicos especializados en el abuso de sustancias allí, en Camden. Cuando me paré frente al espejo del baño, observé una imagen que no coincidía con la vista hasta ahora. Yo seguía siendo yo, pero mis ojos no me miraban a mí, si no que parecían observar algo que estaba detrás.


No entendía lo que estaba ocurriendo.


¿Cómo era eso físicamente posible?


Observé detrás de mí en reiteradas ocasiones, pero nada resultante captaba mi atención.

Esa situación se repitió día tras día desde entonces. Yo no era capaz de reconocerme en mi propio reflejo, pues su mirada se posaba en algo que resultaba imposible de descifrar.


Comenté la situación con mis compañeros, los cuales parecían tomárselo a broma o no darle mucha importancia. Pero yo sí se la daba. Pasaba horas mirándome, o al menos tratando de hacerlo; pues mi reflejo seguía sin coincidir con el mío.

Comenzaba a hartarme. Corrí los muebles, hice uso de luz ultravioleta, tapé el fondo con una manta; pero nada hacía que la situación variase. Viendo los mismos resultados que como de costumbre, traté de dejar de usar aquel baño. Aquello se había vuelto casi una obsesión para mí. Pensaba día y noche acerca de aquel reflejo, de cómo claramente posaba su mirada detrás de mí y de cómo no lograba descubrir lo que estaba ocurriendo.


Pasadas unas semanas, tras haber dejado aquel aseo inutilizado, inundado de los numerosos pensamientos persistentes e intrusivos que ocupaban mi mente, decidí volver a entrar. Lo que encontré sobrepasó completamente mis expectativas. Algo mucho más perturbador había aparecido. Había conseguido materializar aquello que se encontraba tras de mí: una silueta. Era una figura borrosa e indistinta. No estaba seguro de qué era lo que estaba en mi espalda, pero no era humano. Miré fijamente aquello, y por fin, tras numerosas semanas, el reflejo fue fiel a mi situación. Ambos mirábamos a aquella cosa, aterrados.


Me mantuve unos instantes esperando a que ocurriera algo, pero no pasaba nada. Miraba hacia atrás y no había rastro de lo que estaba presenciando en el espejo. Tras aquella bochornosa situación, mis piernas huyeron movidas por el terror, dirigiéndose al teléfono fijo que se encontraba acumulando polvo en el salón.


Llamé desesperado al número del arrendatario del hogar, el cual respondió con un tono frío y apagado.


—¿Quién llama? —descolgó.


—Buenas tardes, soy el inquilino de uno de sus apartamentos en Camden.


—Oh, claro. Me acuerdo de ti—respondió, con un tono más animado—. ¿Está todo bien?


—Eso quisiera. Hace ya numerosos días que está ocurriendo algo extraño —tartamudeé—. El espejo muestra algo que no existe en realidad.


—¿El espejo, dices?


—Así es. Cada vez que lo observo, parece que hay algo más tras de mí.


—No sé si logro entenderte. Es posible que haya alguna mancha en él y esté dando ese efecto óptico. Ya sabes; es un espejo antiguo.


¿Antiguo? Ese espejo no compartía esa característica.


—El espejo está bien, pero no lo que se ve en él —repetí—. Estoy preocupado; muy preocupado. No sé qué es lo que puedo hacer.


—¿Has probado a poner una lamparita? La entrada es algo oscura y eso podría estar llevándote a una confusión.


—¿Entrada? No hablo del espejo de la entrada.


—No hay más espejos en la vivienda. Es algo que mencioné en el anuncio.


¿Cómo?


—¿Y qué hay del baño? Ahí hay un espejo. Es al que me refiero.


—El baño no tiene ningún espejo.


Hubo unos instantes de silencio antes de que el dueño retomase la palabra.


—El baño no está terminado. Como te digo, lo puse en el anuncio. De hecho, falta la pared del lavabo.


—¿La pared del lavabo? Ahí es justamente donde está.


—Hay un hueco. Facilité el contacto con los albañiles en el anuncio. Al no haberte puesto en contacto con ellos, esa pared sigue sin terminar.


—¿Y a dónde lleva esa pared? —Tragué saliva, esperando escuchar algo que diera sentido a todo lo que estaba sucediendo. Finalmente, respondió:


—Al cuarto de baño del vecino.


Tremendamente impactado por su respuesta, colgué y fui directo a casa de Jessica. No me sentía seguro, ya no. Ella, aunque pareciendo haber estado apunto de irse a descansar, me escuchó atentamente y me hizo compañía durante el resto de la tarde. Al día siguiente, insistió en ir al hospital, preocupada de que todo este cambio laboral haya afectado de alguna manera a mi salud mental.

Ya no volví a salir de allí. Comentan que hay peligro de que estas “alucinaciones” puedan provocar algún daño. Es cierto que mi estado emocional había empeorado, pero estaba completamente seguro de que aquello que vi no se trataba de una alteración de la realidad. Insistieron en que aquel vecino se mudó hace un par de años, dejando la casa totalmente sola y desaliñada. No había rastro de okupas ni de vagabundos; por lo que mi testimonio careció de sentido.


El único que vio la verdad fue él. El único que me avisó de ello. El único que no sería capaz de tacharme de loco. El único que creería en mí y en la figura que se escondía en aquella casa. Él, mi reflejo.


sábado, 14 de septiembre de 2024

Identidad

    Mi nombre es Gloria, tengo 21 años y estoy en cuarto año de pedagogía. Venía a contar por lo que aún sigo exhausta; sucedido unos días atrás.


    Dejé la casa de mis padres para independizarme cuando me eligieron en la universidad que quería. Voy de vez en cuando al pueblo para reunirme con mi familia, pero la mayor parte del tiempo la paso en mi piso: sola. Antes de mudarme tenía muchísimos amigos, algunos con los cuales sigo manteniendo contacto, pero mi vida social ha disminuido escalón tras escalón desde entonces.

    Ya llevo tres años viviendo en esta ciudad. Es un sitio grande donde parece imposible aburrirse. Boleras, cines, discotecas y restaurantes llenan cada esquina de este lugar, por lo que es fácil cruzarse con diferentes tipos de personas. Aún sabiendo esto, nada podía excusar lo que vi aquel día.
Salía de prácticas y, como de costumbre, pasé a por un café al lado de la cafetería que tenía por casa. Ese día había acabado antes de lo previsto, por lo que decidí que era buena idea darme el capricho de quedarme ahí haciendo la tarea. Ya sabéis, no ir a casa a encerrarme en una burbuja y dejar que pasaran las horas rodeada de soledad.

    En ese preciso  instante, vi por el rabillo de mi ojo cómo una chica vestida exactamente igual que yo entraba por la puerta de la cafetería. Mi mirada se detuvo completamente en ella. No solo su vestimenta: su pelo, maquillaje e incluso mochila de clase eran exactamente iguales. No pude evitar quedarme embobada frente a tal casualidad.
Cuanto más me fijaba en ella, más difícil de creer era lo que estaba viendo. Sus uñas estaban pintadas del mismo color, su móvil tenía una funda exactamente igual a la mía, ¡su cara era exactamente como la mía!
Me asusté. Tanto, que decidí recoger las cosas de la mesa donde estaba para poder ir a casa.
Estuve dándole vueltas toda la noche. Y no solo esa noche, al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente…

    Otro día aconteció y volví a terminar las prácticas a una hora increíblemente temprana a lo pactado. La idea de tomar un café en el lugar donde vi a esa chica estuvo en mi mente todo el trayecto del bus que tomé en el campus, hasta que finalmente decidí ir de nuevo.
Pedí lo mismo de siempre y me senté en uno de los sofás del interior.
Cuando estaba sumergida en mi tarea, la intuición me indicó que alguien familiar acababa de entrar al lugar.


    Era ella.


    Y lo peor no fue eso. Iba vestida exactamente de la misma forma en la que iba yo aquel día. Todo volvió a ser increíblemente igual, incluso las gafas que nunca llevaba y tuve que traer debido a que mis lentillas expiraron esa mañana.
Comencé a asustarme.
Probablemente no fue la mejor decisión, pero volví a agarrar todas mis pertenencias y me fui lo antes posible; tratando de hacer el menor ruido para que no me viera.
Sentía que me estaba volviendo una paranoica. ¿Acaso tengo una hermana gemela y mis padres no lo compartieron conmigo? Y no solo eso, ¿cómo es que hayamos coincidido en complementos y ropa dos días totalmente distintos sin siquiera habernos visto anteriormente? Mi cerebro no entendía nada.

    Ese mismo fin de semana decidí que era una brillante idea visitar el pueblo de mis padres. Así, quizá y de una vez por todas, podría ver algo de luz en este tema tan oscuro y sin resolver. Lo que no sabía, es que mi hermano había parecido tener la misma idea que yo, por lo que acabamos encontrándonos todos en casa.
    Durante la cena, supe que era el momento idóneo para soltar lo que estaba aconteciendo.
    —Creo que me estoy volviendo loca —suspiré.

    —¿Qué dices? —respondió mi hermano en voz alta— ¿A cuento de qué viene eso?

    —He tenido una clase de experiencia… ¿Paranormal? No sé, ni siquiera conozco la palabra adecuada para definirla.

    Ellos abrieron sus ojos como platos.

    —¿Paranormal, dices?

    —Sí —continué—. Hace poco más de una semana encontré a una chica exactamente como yo: pelo, cara, vestimenta… ¡Todo era igual! Cuando  pensaba que había sido una clase de imaginación o algo por el estilo, volví a cruzarme con ella en el mismo lugar. ¡Se veía exactamente como yo! Entiendo que os pueda parecer una tontería, pero es algo que me ha dejado sin dormir estos últimos días.

    Mis padres se miraban entre ellos tratando de creer lo que estaba diciendo. Por otro lado, mi hermano me miraba seriamente.

   —¿Exactamente igual a ti, dices? —preguntó.

    —Sí. Parecía un copia y pega literal.

    —Eso es raro.

    Inmediatamente, se puso de pie dando vueltas alrededor de la mesa; pensativo.

    —¿Estás totalmente segura que no fue por falta de sueño, cariño? —dijo mi madre.

    —No, mamá. Estoy segura de lo que vi. Iba en perfectas condiciones. Es posible que haya podido ser una conincidencia o algo por el estilo, ¿pero dos veces? No lo creo.

    —Si te digo algo, ¿te asustarás?

    Miré a mi hermano, extrañada.

    —Depende de lo que sea que vayas a decirme.

    —¿Has oído hablar de la leyenda de los doppelgänger?

    —¿Doppelgänger? ¿Qué diantres es eso?

    —Verás, no estoy diciendo que sea un fanático de todas esas cosas, pero si lo que cuentas es cierto… —Tomó un par de segundos antes de continuar.— Es lo que más me cuadra.

    —¿De qué estáis hablando? —preguntó mi madre.

    —Bueno, el término doppelgänger es utilizado para definir a una persona o cosa que es idéntica a ti. Algo así como un doble.

    —¿Es eso posible? —sugerí, extrañada.

    —No lo sé, solo estoy sacando conclusiones absurdas en base a lo que he escuchado.

    Mi madre dejó los cubiertos sobre la mesa.

    —¿Y qué es esa cosa? ¿Qué es lo que quiere de Gloria?

    —Aquí es donde toma importancia la pregunta que he hecho hace unos instantes. —Mirándome  fijamente.— Si te lo digo, ¿te asustarás?

    Mi corazón se aceleraba cada vez más conforme transcurría la conversación.

    —Dime.
    —Según la leyenda, los doppelgängers son la representación física del mal. Solo pueden tomar apariencia de humanos, humanos ya existentes en este mundo, por lo que se camuflan entre la sociedad con gran soltura. Se dice que si alguna vez te encuentras con tu propia copia, esta buscará acabar contigo para así solo ella poseer tu apariencia y seguir engañando a sus víctimas.

    Mi padre, el cual había permanecido totalmente mudo hasta ahora, soltó una carcajada que hizo retumbar todo el vecindario.

    —¡Estos jóvenes de hoy en día! —Entre risas.— Todo ese tiempo que pasáis con las consolitas lo deberíais de usar para hacer algo de provecho.

    —De hecho —siguió mi hermano—, es una leyenda muy extendida por todo el mundo.

    —Tonterías.

    Mi padre se dirigió a mí, sonriente.

    —Anda, hija. No hagas caso al colgado de tu hermano. Habrá sido un malentendido, nada más.

    —Pero es que…

    —Ni peros ni nada —dijo, cortándome a mitad de la frase—. Y ahora, vamos a dejar de meternos miedo los unos a los otros y vayamos a recoger la mesa. Ya es tarde y mañana entro temprano a trabajar.

    Cambié la conversación y fui a limpiar los platos, tal y como pidió mi padre.
Algo dentro de mí seguía con la duda acerca de lo que podía ser esa chica, pero decidimos no volver a sacar el tema.
Pasamos el resto del fin de semana con normalidad, hasta que ambos, mi hermano y yo, tuvimos que regresar a nuestro segundo hogar.

    Esta vez fui directa al grano. No asistí a las prácticas del lunes y me pasé por la cafetería nada más salir de la primera clase. Si volvía a verla de la misma manera, la idea de que sea una simple casualidad se esfumaría en un instante.
    Para mi sorpresa, no apareció. Lo único que me resultó familiar fueron dos nombres: los de mis padres. Estos estaban siendo anunciados en la televisión de la cafetería, dando inicio a las noticias de la tarde.


    “Abrimos los informativos con una desagradable y triste noticia. Han sido encontrados los cuerpos sin vida de Gloria Blanco y Julián Torres en uno de los acantilados de la costa de Perla. Al parecer, los cadáveres llevaban semanas en ese estado, tiempo en el que ningún vecino o ciudadano pudo acceder a ellos hasta el día de hoy. Las causas de la muerte siguen siendo desconocidas, pero les mantendremos informados de cualquier avance”.


    Mientras observaba aquella pantalla sin poder creerlo, mi móvil recibió una llamada.


    “Mamá”.


jueves, 22 de febrero de 2024

App de citas

    Mi nombre es Irina, tengo 34 años y ejerzo como profesora en un colegio de primaria.

    La historia que cuento se remonta a hace unos 6 meses. Llevaba soltera más de 4 años y seguía sin encontrar a alguien que realmente me llenase. Todo mi círculo cercano tenía pareja e hijos: una vida completamente hecha y estable. Irremediablemente, eso provocaba en mí un fuerte sentimiento de soledad.

    Comencé a usar apps gratuitas de citas para chatear y quedar con algún chico. Mi madre no paraba de repetirme lo peligroso que podría resultar aquello y el cuidado que debía de tener con todo el tema de las redes sociales, pero siempre lo ignoraba.

    Un día, llegó una notificación a mi móvil: “Matt ha enviado un mensaje”.

    Era un chico muy guapo al que marqué con un “me gusta” hace unos días. Al parecer, no era la única que había sentido cierta atracción. Esbocé una sonrisa en mi rostro al leer lo que había escrito: “Con que profesora… Tu paciencia debe de ser infinita”.

    Contesté a su mensaje y estuvimos hablando durante horas. Después de eso, pasó una semana en la cual hablábamos todos los días; sin parar. Pasábamos noches enteras conversando sobre temas de los que nunca pensé que fuese a hablar. Era un hombre muy interesante que parecía comprenderme a la perfección.

    En cuanto a gustos, éramos como dos gotas de agua. Nos apasionaba el mismo estilo de música, compartíamos valores muy importantes, ambos teníamos los mismos objetivos de vida en cuanto a familia, trabajo y amor. Era realmente el hombre perfecto.

    Sin más espera, decidimos planear una cita para salir a cenar. Él decía ser muy buen cheff, por lo que sugirió que cenásemos en su casa con lo que preparase. Estaba tan ilusionada… Nunca nadie había cocinado para mí, a excepción de mi madre. Sentía miles de mariposas corretear por mi estómago cuando imaginaba la bonita historia que podría salir de todo esto.

    Pero no fue así. Ni por asomo lo fue.

    Cuando llegó el esperado día, vino a recogerme a casa a las 21:00. Era incluso más guapo de lo que pensaba. Su sonrisa, su mirada, su pelo… Absolutamente todo era perfecto en él. Parecía estar en un sueño.

    Una vez aparcamos el coche en su urbanización, me llevó a lo que era su apartamento: un piso bien acomodado a las afueras de la ciudad.

    —Ponte cómoda, por favor —dijo, mirándome con una hermosa sonrisa—. Iré a sacar las cosas de la nevera. No dudes en avisarme si necesitas algo.

    Y tras esas palabras, tomó mi mano y la besó sutilmente.

    Hice caso a lo que dijo, dejando mi bolso y mi chaqueta en el perchero de la entrada.

    El piso estaba bastante ordenado y limpio. Parecía ser costoso, pues a pesar de la zona, las hermosas vistas que se podían ver desde el gran ventanal protagonista del comedor no tenían precio. Acaparaba toda la atención a cualquiera que entrase. Los sofás eran de cuero negro. Todos los muebles eran blancos y de cristal, lo que daba aún más una sensación de amplitud.

    Miré mi móvil. Mi madre había dejado unos mensajes en los que expresaba por vigesimoquinta vez su preocupación por todo esto. Para dejarla tranquila, le mandé la ubicación en tiempo real y un par de fotos sonriente.

    Más tarde, Matt apareció con dos platos en ambas manos.

    —¡La cena está lista! -Sonriendo.

    Pasamos un rato muy agradable.

    Era un chico bastante hablador y eso me agradaba mucho. Sacaba tema de conversación sobre cualquier cosa, me escuchaba atentamente cuando comentaba algo, se preocupaba sobre mis intereses… El hombre perfecto, sin ninguna duda.

    Hasta que ocurrió lo que nadie esperaba.

    Llegado un momento de la cena, el tema de la familia salió a flote.

    —Bueno… -murmuré- Es un poco vergonzoso decirlo, pero lo cierto es que mi madre no estaba de acuerdo con que viniera.

    Él sonrió.

    —Supongo que no es plato de buen gusto ver cómo tu hija queda con alguien que no conoce. No la juzgo.

    Al escuchar sus palabras, inmediatamente me sentí mejor.

    —De hecho -continuó-, mi madre tenía tantas ganas como yo de que nos viésemos.

    —¿De veras? -pregunté-. ¿Le has hablado de mí a tu madre?

    —Por supuesto. -Sonriendo-. Hacía años que no tenía una conexión así.

    —Vas a hacer que me sonroje.

    Ambos nos miramos sonrientes.

    —Es más -dijo, mientras se levantaba de la silla-. ¿Te gustaría conocerla?

    —¿Qué? -Tratando de no atragantarme-. ¿Conocerla?

    —¿No te gustaría?

    —Sí, pero, ¿ahora?

    —Claro, ella está aquí.

    Abrí los ojos como platos. ¿Cómo es posible que no lo haya mencionado antes?

    —¿Aquí? Quieres decir, ¿en esta casa?

    —Así es.

    Él parecía tan tranquilo… Todo lo contrario a mí.

    —Bueno -musité-, si ella quiere, ¿por qué no?

    Sus ojos se iluminaron al escuchar mis palabras.

    —Os llevaréis genial, ya lo verás.

    Tras eso, ofreció su mano para que lo acompañase.

    Cruzamos el largo pasillo hasta acabar en frente de una de las puertas, la cual permanecía cerrada.

    Sacó una llave de su bolsillo.

    —Espera un momento -dije al instante-. ¿Está encerrada?

    —¡No, por dios! -exclamó-. Ella siempre me pide que le cierre la puerta cada vez que traigo alguien a casa. Está cansada de que confundan su habitación con la puerta del baño. —Señalando a la que se encontraba justo en frente.

    —Ah.

    Algo dentro de mí no terminaba de estar realmente cómoda con la situación.

    Notaba mi móvil vibrando una y otra vez. «Será mi madre», pensaba, así que en ningún momento respondí.

    Cuando abrió la puerta, una habitación meticulosamente ordenada fue lo que captó mi atención. Una cama perfectamente hecha, escritorio despejado, plantas cuidadas… El orden en toda su esencia.

    —¿Y tu madre? -pregunté.

    —Ven.

    Matt caminó por la habitación hasta pararse frente a un gran… ¿Armario?

    No parecía ser un armario. Estaba enchufado a corriente mediante un gran cable negro, y un sonido como de ventisca provenía de él.

    —Mamá, vengo a presentarte a Irina -dijo, en un tono elevado.

    —Matt, ¿qué es esto?

    —Su hogar.

    En ese momento, Matt abrió la puerta de aquel extraño armario y un frío abrumador chocó con la superficie de mi piel.

    Había humo. No, no era humo; era refrigerante. Lo que Matt acababa de abrir era un enorme congelador.

    Mi corazón se detuvo por unos instantes cuando el vapor helado fue dispersándose por el resto de la habitación, dejando ver lo que había dentro.

    El cuerpo sin vida de una mujer permanecía atado a aquella cámara. Su piel era totalmente pálida y morada; tenía sangre en los labios y manos a causa del frío. Sus ojos y boca permanecían abiertos y no llevaba ropa.

    Le miré aterrorizada.

    —Mamá, esta es Irina. Irina, te presento a mi madre: Dangelis.

    Retrocedí sutilmente mientras lo miraba impactada.

    No me salían las palabras. Ni siquiera era capaz de correr. Era como si mi cuerpo estuviese totalmente paralizado y no pudiera hacer nada para evitarlo.

    —Tú… -murmuré- Estás completamente loco.

    Matt cambió su macabra expresión feliz a una de preocupación.

    —Me dijiste que querías conocerla, ¿qué es lo que ocurre ahora?

    Realmente me miraba como si no entendiese nada. Como si fuera una tarada.

    —Está... Muerta.

    —¡No! -gritó-. No es lo que parece.

    Matt vino hacia mí para tratar de calmarme.

    En un gesto rápido, agarré un posa velas que había encima de una pequeña mesa.

    —¡No te acerques! -sollocé-. Ni se te ocurra dar un paso más.

    —¡Sabía que no lo ibas a aceptar! -dijo con lágrimas en sus ojos-. Ella… Me pidió que lo hiciera. Dijo que siempre quería estar conmigo, y eso es lo que intento. No entiendo por qué lloráis cuando se os da lo que buscáis. Las mujeres siempre pedís cosas que luego os hacen echarse para atrás; como hizo ella.

    —Dios mío.

    —No la maté. Yo solo hice lo que ella quería.

    —¡Ella no quería morir, joder! Eres un completo psicópata.

    Su rostro se descompuso por completo tras escuchar mis palabras.

    —No permito que digas eso.

    Matt fue hacia mí con velocidad.

    Corrí por todo el pasillo hasta llegar a la puerta, la cual crucé como pude para llegar a las escaleras compartidas del edificio.

    —¡Zorra!

    Matt seguía tras de mi, pero no podía mirar hacia atrás.

    Fueron unos instantes eternos, pero lo conseguí.

    Llegué antes que él al portón, para después correr calle abajo mientras gritaba por ayuda.

    —¡Vuelve! gritaba Matt.

    Un coche que me resultaba familiar paró frente a mí.

    Mi madre.

    Matt se detuvo en el momento en el que lo vio. Ni siquiera trató de perseguirlo o golpearlo. Sin decir nada más, ella arrancó el coche y salimos de ahí lo antes posible.

    Han pasado ya unos meses desde entonces.

    Muchas veces siento un extraño frío cuando abro algún cajón o armario. No volví a usar ninguna red social desde aquello y pocas veces salgo de casa. Tengo todo el día en mi mente la imagen de esa mujer, sin parar.

    No volví a saber mucho más de Matt. La policía lo arrestó y ni siquiera estuvo más de 3 meses en la cárcel. El día del juicio, decía estar seguro que solo seguía órdenes de su madre: la cual aseguraba que le hablaba siempre. Es por ello que fue trasladado a un hospital psiquiátrico y puesto en cautela de profesionales.

    Cada día que pasa agradezco haber mandado aquella ubicación . De no ser por ello, seguramente ahora mismo estaría a varios grados bajo cero en la habitación de un tarado.

martes, 13 de febrero de 2024

Tenia

    Mi nombre es Sebastián, un médico veterano especializado en urgencias residente en España. Actualmente llevo 3 años fuera del oficio y parece que así seguirá por varios más.

    La causa de todo fue un paciente. Un solo paciente provocó lo que sería mi retiro laboral.

Era un día absurdamente normal. Desperté a las seis de la mañana, como de costumbre. Mi mujer aún seguía durmiendo plácidamente en el costado de la cama. Después de regalarle un beso en la mejilla, me levanté y fui a darme una ducha con agua tibia. Tras terminar de asearme, realicé la rutina mañanera como de costumbre: vestimenta, desayuno e higiene bucal, para posteriormente tomar rumbo al hospital.

Una vez allí, todo parecía ir igual que siempre: infartos, alguna que otra intoxicación, crisis asmáticas, quemaduras, dolores inusuales, etc.    


    Nada realmente destacable, hasta que llegó él.


    Allá por la una del mediodía apareció un señor bastante calmado en la sala de urgencias. Era extraño, ya que el módulo en el que me encontraba tratábamos casos de extrema necesidad; por lo que era normal ver a pacientes preocupados, angustiados o padeciendo algún tipo de dolor poco soportable. Pero él no. Simplemente se sentó mirando fijamente a la pantalla que indicaría el número que le había ofrecido la recepcionista para poder pasar.

No dudé de la gravedad de su urgencia, pues si la recepción lo había enviado a esta zona no era para tomárselo a la ligera. Simplemente causó en mí una sensación extraña. Llamadme loco o paranoico, pero no me equivoqué.

A pesar de mis 22 años de oficio, nunca me había enfrentado a nada parecido como lo que iba a ver con aquel hombre.

Finalmente, su número resonó por los altavoces de la sala de espera.

    —Buenas tardes —dije, cuando al fin lo vi cruzar la puerta—. Siéntese, por favor.


    Él se sentó sin siquiera responder.


    —Bueno —continué, mientras leía de reojo la ficha de paciente que habían enviado desde recepción—, ¿qué es lo que le ocurre, Sergio?


    Su mirada pareció cambiar en el instante en el que hice esa pregunta.


    —Verá, doctor... Hace ya un tiempo que me noto más cansado de lo normal. Me siento sin fuerzas y bastante desanimado. Por más que como, nunca me sacio; y por más que bebo, nunca me siento hidratado.


    —Ya veo. Respecto a eso último que me ha comentado, ¿a qué se refiere con que no se sacia? ¿Cree que es un problema de nervios o...?


    No había terminado de formular mi pregunta cuando ya había respondido.


    —No son nervios, doctor. Como hasta reventar y es como si no hubiese probado bocado desde hace mucho tiempo.


    —¿Desde cuándo se siente así?


    —Hace alrededor de unas tres semanas.


    Iba escribiendo en mi ordenador todos los detalles que me iba comentando. Él no apartaba su vista de mí en todo momento. De hecho, no parpadeó en todo el tiempo que estuvo en consulta.


    —De acuerdo, Sergio. ¿Podrías contarme un poco más sobre lo que has estado haciendo antes de encontrarte en este estado? Hábitos alimenticios, vida laboral, social...


    —Trabajo en una fábrica de pasta de dientes. No suelo salir mucho de casa, quizá algún fin de semana para tomar algo; pero no es algo frecuente. En cuanto a la alimentación, solo como carne. Me encanta la carne fresca, no podría vivir sin carne.


    —¿Qué tipo de carne consume?, ¿de cerdo, de vaca, de conejo...?


    —Toda. Me gusta todo tipo de carne.


   —Está bien —dije, mientras apuntaba todo—. ¿Cree que ha podido consumir carne en mal estado, poco cocinada o algo por el estilo?


    —¿A qué se refiere con "mal estado"? —respondió casi al instante.


    —Carne caducada, descongelada por varios días, mal cocinada...


    —Yo no cocino la carne. Me gusta la carne. Calentarla sería quitarle parte de su esencia. ¿Usted calienta la carne, doctor?


    Le miré extrañado, tratando de averiguar si lo que me estaba diciendo era real o si se trataba de una broma.

Cuando pasaron varios segundos y vi que seguía esperando una respuesta, supe que iba totalmente en serio. «Posiblemente se trate de una tenia o algún tipo de parásito en su intestino», pensé.

    Sin más preámbulos, contesté a su pregunta.


    —Cocino la carne. Es bastante peligroso no hacerlo —continué—. Consumir carne cruda puede acarrear la ingesta de múltiples patógenos que desencadenarían en numerosas enfermedades. Quizá sea el motivo de su situación actual.


    Él me miraba inexpresivo.


    —Está bien, Sergio. Es probable que su malestar se deba a la presencia de algún parásito en tu intestino. Estos suelen aparecer por diferentes motivos: ingesta de carne cruda o en mal estado, consumo de pescado sin cocinar, contacto estrecho con superficies contaminadas... Te mandaré a hacer una colonoscopia de urgencia. Solo déjame que envíe tu informe a recepción y podrán mirarte de manera más exhaustiva.


    Él seguía observándome, solemne. Realmente no parecía haberle provocado ningún impacto la información que acababa de dar.

Cuando pensaba que esa incómoda situación estaba llegando a su fin, volvió a dirigir palabra.


    —Debería de comer más carne, doctor. Cruda, a poder ser. La carne es realmente maravillosa, ¿sabe? Siempre que estoy mal pienso en carne. Es algo psicológico, como dirían aquí. Realmente es muy buena. Debería probar la carne cruda, doctor.


    Mi cara debió de ser un cuadro, pero no parecía frenarle.


    —Conocí a una mujer, doctor. Ella no comía carne, pero la convencí. Ahora come carne y le gusta. Sobre todo si es cruda. Yo le dije que le gustaría. Ella me hizo caso y ahora le gusta. ¿Por qué no prueba a hacer lo mismo, doctor?


    —Hemos terminado la consulta, Sergio. Pase por recepción para firmar unos documentos y podrá subir a la planta para la colonoscopia. Nos vemos cuando tengan los resultados, ¿está bien?


    —Sí, doctor —respondió con total naturalidad—. Adiós.


    Y por fin cruzó la puerta para salir.

    Noté la presión del pecho que se había ido formando desvaneciéndose poco a poco. No había tenido esta sensación hablando con un paciente nunca, ni siquiera cuando me trasladaron a psiquiatría.

    Esperé unos minutos y salí a tomar el aire, intentando relajar la tensión de mis músculos con un poco de brisa fresca.

    El resto de mi turno transcurrió con normalidad. No volví a saber de Sergio, algo que me pareció bastante extraño; pues había indicado la urgencia de la inspección en el informe.

Intenté no dar mucho rodeo al asunto y me fui a casa.


    No cené nada. Mi mujer había preparado unas hamburguesas que había ido a comprar esa misma mañana a la carnicería. "¡Pero si son de primerísima calidad!", decía. "¿Por qué no la pruebas al menos?".

    No podía.

    El simple hecho de mirar la carne entre ambos panes provocaba en mí una angustia terrible. Achaqué ese malestar a Sergio; a lo mucho que había insistido en que comiese más carne. Cruda.

    No sabía por qué me había dejado tan tocado, pero así era.

Tras unos instantes, mi teléfono comenzó a sonar mientras recogía la mesa. "¿Quién te llama a estas horas?", dijo mi mujer. Miré la pantalla: teléfono trabajo. Quedé algo confundido, pero no le di mucha importancia. No sería la primera vez que se ponen en contacto conmigo personalmente para hacer alguna guardia de urgencia, por lo que descolgué el teléfono con total naturalidad. 


    —¿Diga?


    —Sebastián, ¿está ahora mismo disponible?


    La voz era la de un hombre, bastante grave y sólida.


    —Es bastante tarde —respondí—. ¿Qué ocurre?


    —Le habla la policía. Necesitamos que venga cuanto antes al hospital.


    Abrí los ojos como platos al escuchar aquello.


    —¿Ha ocurrido algo? —contesté, ya nervioso.


    —Sebastián, no podemos ofrecerle ese tipo de información por teléfono. Venga lo antes posible y le pondremos al tanto.


    Antes de poder contestar siquiera, colgó.

Mi mujer me miraba extrañada desde el extremo de la cocina.


    —¿A qué viene esa cara? —preguntó.


    —Era la policía —contesté—. Dicen que tengo que ir cuanto antes al hospital.


    —¿La policía? ¿Para qué?


    —No lo sé, no han querido decirme nada.


    Ambos nos quedamos mirando en silencio, algo preocupados.


    —Voy a por el coche. Intentaré estar aquí pronto. —Para tratar de calmarla.


    —Avísame en cuanto sepas algo.


    —Lo haré.


    Y sin más preámbulos, fui camino al hospital.

    No tenía idea de lo que podía ser. Bien es cierto que alguna vez respondí llamadas de la policía por algún papeleo o chorrada; pero nunca habían pedido que fuera expresamente a hablar con ellos.

    Cuando llegué, mi vista se fijó en los cuatro coches de policía que esperaban aparcados en primera línea. Al entrar, uno de los funcionarios allí presentes vino hacia mí, con rapidez.


    —¿Es usted Sebastián?


    —Sí, he venido lo más pronto que he podido.


    —¿Podemos hablar en su consulta? —preguntó.


    —Claro, acompáñeme.


    Sin decir nada más, inicié el camino hacia la consulta. Tras un gesto rápido por parte del agente, dos policías más se unieron para acompañarnos.

Una vez dentro, tomamos asiento.


    —Y bien, ¿qué es lo que ocurre? —pregunté extrañado.


    —Usted mandó a realizar esta mañana una colonoscopia al paciente Sergio Ferrer Torres, ¿es eso cierto?


    Mi piel se erizó al escuchar su nombre.


    —Es cierto —respondí—. Parecía presentar indicios de posibles parásitos en su intestino, por lo que hice una solicitud de urgencia.


    Los dos policías que estaban con él se miraron entre sí.


    —La colonoscopia ha sido realizada con éxito. Pero lo que se ha encontrado estaba lejos de lo esperado.


Tragué saliva tratando de hidratar mi garganta antes de la noticia que me temía que estaba apunto de anunciar.


    —Teniasis intestinal avanzada por la ingesta de carne.


    —Es justo lo que pensé al hablar con él.


    —Por la ingesta de carne humana —concluyó.


    Noté cómo mi corazón se aceleraba por momentos.


    —¿Carne humana?


    —En su mayoría, en estado de descomposición. Enviamos una patrulla a su casa hace unas horas. Se han encontrado restos de al menos 30 cadáveres, y sumando. Además, hemos conseguido dar con Fátima Díaz: una mujer que llevaba días desaparecida. Su estado es muy preocupante: trozos de su piel han sido arrancados bruscamente y parece haber sido alimentada por ellos todo este tiempo. Ese cabrón es un completo psicópata.


    No daba crédito a la situación. Había estado conversando con un asesino esa misma mañana, como si nada.

Intenté mantener la compostura delante de ellos.


    —¿Dónde está?


   —¿Quién?, ¿Sergio? —preguntó—. Nos lo llevamos a comisaría hace aproximadamente una hora. Lo están interrogando.


    Los tres policías me observaban seriamente.


    —Verá,  Sebastián —mencionó—. Sabemos que esta es una situación extremadamente desagradable para usted. Tenemos pruebas más que suficientes para incriminarle, pero no estaría de más tener otro testimonio. ¿Dijo algo extraño cuando acudió este mediodía a su consulta?. Cualquier detalle, por minúsculo que sea, podría ser muy valioso.


    Tras una breve pausa, le expliqué de principio a fin cómo había trascurrido toda la interacción con Sergio.

Después de haber aclarado la situación, me dieron las gracias y me mandaron a casa.

Al día siguiente, me concedieron una baja remunerada de una semana por incapacidad laboral y bloqueo mental.

    Se acabaron encontrando los restos de un total de 46 cadáveres, todas mujeres. Apenas la mitad de ellas pudieron ser identificadas, ya que faltaban trozos en los rostros y cuerpos de todas ellas.

    Se descubrió que las secuestraba por unos días y las obligaba a comer la carne que él arrancaba de ellas, mientras las torturaba y abusaba de las peores formas posibles.

Desgraciadamente, Fátima falleció a los cuatro días de ser encontrada. Sus órganos estaban muy afectados y la infección de sus heridas era muy avanzada.

    Traté de volver a llevar una vida normal después de aquello, pero nunca pude. ¿Y si a la próxima persona que pudiera llegar a salvarle la vida era alguien como Sergio? ¿De qué serviría entonces tratar una vida si esa misma podía estar siendo la fuente de sufrimiento para otras personas? ¿Hasta qué punto un médico está obligado a separar la persona de la salud?

    La baja laboral trascendió al año y Recursos Humanos no veía oportunidad de que yo me recuperase, por lo que acabaron echándome.

    A día de hoy han pasado tres años, tres años en los que no he podido volver a comer carne. Tomo suplementos alimenticios para compensar la falta de vitamina y voy a terapia dos veces por semana.

    Las pesadillas son recurrentes y no parece haber medicación que mejore mi estado. He llegado a la conclusión de escribir esto antes de inyectar la solución salina que he preparado para acabar con mi vida, hace justo unos minutos. Aquí se acaba mi sufrimiento,  igual que también acabó el de Fátima cuando por fin murió. No tendré nunca más a Sergio en la cabeza, ni la perturbación constante de haber podido alargar la existencia anteriormente a alguien como él.

    Espero que mi mujer lo lleve de la mejor manera posible y sea capaz de perdonarme.




¿Realmente toda vida merece ser salvada?


Visión

Tenía tan solo 7 años cuando el sentido de la vista me fue arrebatado. Recuerdo despertar aquel día de invierno con esas manchas sin sentid...