Buscar este blog

martes, 13 de febrero de 2024

Tenia

    Mi nombre es Sebastián, un médico veterano especializado en urgencias residente en España. Actualmente llevo 3 años fuera del oficio y parece que así seguirá por varios más.

    La causa de todo fue un paciente. Un solo paciente provocó lo que sería mi retiro laboral.

Era un día absurdamente normal. Desperté a las seis de la mañana, como de costumbre. Mi mujer aún seguía durmiendo plácidamente en el costado de la cama. Después de regalarle un beso en la mejilla, me levanté y fui a darme una ducha con agua tibia. Tras terminar de asearme, realicé la rutina mañanera como de costumbre: vestimenta, desayuno e higiene bucal, para posteriormente tomar rumbo al hospital.

Una vez allí, todo parecía ir igual que siempre: infartos, alguna que otra intoxicación, crisis asmáticas, quemaduras, dolores inusuales, etc.    


    Nada realmente destacable, hasta que llegó él.


    Allá por la una del mediodía apareció un señor bastante calmado en la sala de urgencias. Era extraño, ya que el módulo en el que me encontraba tratábamos casos de extrema necesidad; por lo que era normal ver a pacientes preocupados, angustiados o padeciendo algún tipo de dolor poco soportable. Pero él no. Simplemente se sentó mirando fijamente a la pantalla que indicaría el número que le había ofrecido la recepcionista para poder pasar.

No dudé de la gravedad de su urgencia, pues si la recepción lo había enviado a esta zona no era para tomárselo a la ligera. Simplemente causó en mí una sensación extraña. Llamadme loco o paranoico, pero no me equivoqué.

A pesar de mis 22 años de oficio, nunca me había enfrentado a nada parecido como lo que iba a ver con aquel hombre.

Finalmente, su número resonó por los altavoces de la sala de espera.

    —Buenas tardes —dije, cuando al fin lo vi cruzar la puerta—. Siéntese, por favor.


    Él se sentó sin siquiera responder.


    —Bueno —continué, mientras leía de reojo la ficha de paciente que habían enviado desde recepción—, ¿qué es lo que le ocurre, Sergio?


    Su mirada pareció cambiar en el instante en el que hice esa pregunta.


    —Verá, doctor... Hace ya un tiempo que me noto más cansado de lo normal. Me siento sin fuerzas y bastante desanimado. Por más que como, nunca me sacio; y por más que bebo, nunca me siento hidratado.


    —Ya veo. Respecto a eso último que me ha comentado, ¿a qué se refiere con que no se sacia? ¿Cree que es un problema de nervios o...?


    No había terminado de formular mi pregunta cuando ya había respondido.


    —No son nervios, doctor. Como hasta reventar y es como si no hubiese probado bocado desde hace mucho tiempo.


    —¿Desde cuándo se siente así?


    —Hace alrededor de unas tres semanas.


    Iba escribiendo en mi ordenador todos los detalles que me iba comentando. Él no apartaba su vista de mí en todo momento. De hecho, no parpadeó en todo el tiempo que estuvo en consulta.


    —De acuerdo, Sergio. ¿Podrías contarme un poco más sobre lo que has estado haciendo antes de encontrarte en este estado? Hábitos alimenticios, vida laboral, social...


    —Trabajo en una fábrica de pasta de dientes. No suelo salir mucho de casa, quizá algún fin de semana para tomar algo; pero no es algo frecuente. En cuanto a la alimentación, solo como carne. Me encanta la carne fresca, no podría vivir sin carne.


    —¿Qué tipo de carne consume?, ¿de cerdo, de vaca, de conejo...?


    —Toda. Me gusta todo tipo de carne.


   —Está bien —dije, mientras apuntaba todo—. ¿Cree que ha podido consumir carne en mal estado, poco cocinada o algo por el estilo?


    —¿A qué se refiere con "mal estado"? —respondió casi al instante.


    —Carne caducada, descongelada por varios días, mal cocinada...


    —Yo no cocino la carne. Me gusta la carne. Calentarla sería quitarle parte de su esencia. ¿Usted calienta la carne, doctor?


    Le miré extrañado, tratando de averiguar si lo que me estaba diciendo era real o si se trataba de una broma.

Cuando pasaron varios segundos y vi que seguía esperando una respuesta, supe que iba totalmente en serio. «Posiblemente se trate de una tenia o algún tipo de parásito en su intestino», pensé.

    Sin más preámbulos, contesté a su pregunta.


    —Cocino la carne. Es bastante peligroso no hacerlo —continué—. Consumir carne cruda puede acarrear la ingesta de múltiples patógenos que desencadenarían en numerosas enfermedades. Quizá sea el motivo de su situación actual.


    Él me miraba inexpresivo.


    —Está bien, Sergio. Es probable que su malestar se deba a la presencia de algún parásito en tu intestino. Estos suelen aparecer por diferentes motivos: ingesta de carne cruda o en mal estado, consumo de pescado sin cocinar, contacto estrecho con superficies contaminadas... Te mandaré a hacer una colonoscopia de urgencia. Solo déjame que envíe tu informe a recepción y podrán mirarte de manera más exhaustiva.


    Él seguía observándome, solemne. Realmente no parecía haberle provocado ningún impacto la información que acababa de dar.

Cuando pensaba que esa incómoda situación estaba llegando a su fin, volvió a dirigir palabra.


    —Debería de comer más carne, doctor. Cruda, a poder ser. La carne es realmente maravillosa, ¿sabe? Siempre que estoy mal pienso en carne. Es algo psicológico, como dirían aquí. Realmente es muy buena. Debería probar la carne cruda, doctor.


    Mi cara debió de ser un cuadro, pero no parecía frenarle.


    —Conocí a una mujer, doctor. Ella no comía carne, pero la convencí. Ahora come carne y le gusta. Sobre todo si es cruda. Yo le dije que le gustaría. Ella me hizo caso y ahora le gusta. ¿Por qué no prueba a hacer lo mismo, doctor?


    —Hemos terminado la consulta, Sergio. Pase por recepción para firmar unos documentos y podrá subir a la planta para la colonoscopia. Nos vemos cuando tengan los resultados, ¿está bien?


    —Sí, doctor —respondió con total naturalidad—. Adiós.


    Y por fin cruzó la puerta para salir.

    Noté la presión del pecho que se había ido formando desvaneciéndose poco a poco. No había tenido esta sensación hablando con un paciente nunca, ni siquiera cuando me trasladaron a psiquiatría.

    Esperé unos minutos y salí a tomar el aire, intentando relajar la tensión de mis músculos con un poco de brisa fresca.

    El resto de mi turno transcurrió con normalidad. No volví a saber de Sergio, algo que me pareció bastante extraño; pues había indicado la urgencia de la inspección en el informe.

Intenté no dar mucho rodeo al asunto y me fui a casa.


    No cené nada. Mi mujer había preparado unas hamburguesas que había ido a comprar esa misma mañana a la carnicería. "¡Pero si son de primerísima calidad!", decía. "¿Por qué no la pruebas al menos?".

    No podía.

    El simple hecho de mirar la carne entre ambos panes provocaba en mí una angustia terrible. Achaqué ese malestar a Sergio; a lo mucho que había insistido en que comiese más carne. Cruda.

    No sabía por qué me había dejado tan tocado, pero así era.

Tras unos instantes, mi teléfono comenzó a sonar mientras recogía la mesa. "¿Quién te llama a estas horas?", dijo mi mujer. Miré la pantalla: teléfono trabajo. Quedé algo confundido, pero no le di mucha importancia. No sería la primera vez que se ponen en contacto conmigo personalmente para hacer alguna guardia de urgencia, por lo que descolgué el teléfono con total naturalidad. 


    —¿Diga?


    —Sebastián, ¿está ahora mismo disponible?


    La voz era la de un hombre, bastante grave y sólida.


    —Es bastante tarde —respondí—. ¿Qué ocurre?


    —Le habla la policía. Necesitamos que venga cuanto antes al hospital.


    Abrí los ojos como platos al escuchar aquello.


    —¿Ha ocurrido algo? —contesté, ya nervioso.


    —Sebastián, no podemos ofrecerle ese tipo de información por teléfono. Venga lo antes posible y le pondremos al tanto.


    Antes de poder contestar siquiera, colgó.

Mi mujer me miraba extrañada desde el extremo de la cocina.


    —¿A qué viene esa cara? —preguntó.


    —Era la policía —contesté—. Dicen que tengo que ir cuanto antes al hospital.


    —¿La policía? ¿Para qué?


    —No lo sé, no han querido decirme nada.


    Ambos nos quedamos mirando en silencio, algo preocupados.


    —Voy a por el coche. Intentaré estar aquí pronto. —Para tratar de calmarla.


    —Avísame en cuanto sepas algo.


    —Lo haré.


    Y sin más preámbulos, fui camino al hospital.

    No tenía idea de lo que podía ser. Bien es cierto que alguna vez respondí llamadas de la policía por algún papeleo o chorrada; pero nunca habían pedido que fuera expresamente a hablar con ellos.

    Cuando llegué, mi vista se fijó en los cuatro coches de policía que esperaban aparcados en primera línea. Al entrar, uno de los funcionarios allí presentes vino hacia mí, con rapidez.


    —¿Es usted Sebastián?


    —Sí, he venido lo más pronto que he podido.


    —¿Podemos hablar en su consulta? —preguntó.


    —Claro, acompáñeme.


    Sin decir nada más, inicié el camino hacia la consulta. Tras un gesto rápido por parte del agente, dos policías más se unieron para acompañarnos.

Una vez dentro, tomamos asiento.


    —Y bien, ¿qué es lo que ocurre? —pregunté extrañado.


    —Usted mandó a realizar esta mañana una colonoscopia al paciente Sergio Ferrer Torres, ¿es eso cierto?


    Mi piel se erizó al escuchar su nombre.


    —Es cierto —respondí—. Parecía presentar indicios de posibles parásitos en su intestino, por lo que hice una solicitud de urgencia.


    Los dos policías que estaban con él se miraron entre sí.


    —La colonoscopia ha sido realizada con éxito. Pero lo que se ha encontrado estaba lejos de lo esperado.


Tragué saliva tratando de hidratar mi garganta antes de la noticia que me temía que estaba apunto de anunciar.


    —Teniasis intestinal avanzada por la ingesta de carne.


    —Es justo lo que pensé al hablar con él.


    —Por la ingesta de carne humana —concluyó.


    Noté cómo mi corazón se aceleraba por momentos.


    —¿Carne humana?


    —En su mayoría, en estado de descomposición. Enviamos una patrulla a su casa hace unas horas. Se han encontrado restos de al menos 30 cadáveres, y sumando. Además, hemos conseguido dar con Fátima Díaz: una mujer que llevaba días desaparecida. Su estado es muy preocupante: trozos de su piel han sido arrancados bruscamente y parece haber sido alimentada por ellos todo este tiempo. Ese cabrón es un completo psicópata.


    No daba crédito a la situación. Había estado conversando con un asesino esa misma mañana, como si nada.

Intenté mantener la compostura delante de ellos.


    —¿Dónde está?


   —¿Quién?, ¿Sergio? —preguntó—. Nos lo llevamos a comisaría hace aproximadamente una hora. Lo están interrogando.


    Los tres policías me observaban seriamente.


    —Verá,  Sebastián —mencionó—. Sabemos que esta es una situación extremadamente desagradable para usted. Tenemos pruebas más que suficientes para incriminarle, pero no estaría de más tener otro testimonio. ¿Dijo algo extraño cuando acudió este mediodía a su consulta?. Cualquier detalle, por minúsculo que sea, podría ser muy valioso.


    Tras una breve pausa, le expliqué de principio a fin cómo había trascurrido toda la interacción con Sergio.

Después de haber aclarado la situación, me dieron las gracias y me mandaron a casa.

Al día siguiente, me concedieron una baja remunerada de una semana por incapacidad laboral y bloqueo mental.

    Se acabaron encontrando los restos de un total de 46 cadáveres, todas mujeres. Apenas la mitad de ellas pudieron ser identificadas, ya que faltaban trozos en los rostros y cuerpos de todas ellas.

    Se descubrió que las secuestraba por unos días y las obligaba a comer la carne que él arrancaba de ellas, mientras las torturaba y abusaba de las peores formas posibles.

Desgraciadamente, Fátima falleció a los cuatro días de ser encontrada. Sus órganos estaban muy afectados y la infección de sus heridas era muy avanzada.

    Traté de volver a llevar una vida normal después de aquello, pero nunca pude. ¿Y si a la próxima persona que pudiera llegar a salvarle la vida era alguien como Sergio? ¿De qué serviría entonces tratar una vida si esa misma podía estar siendo la fuente de sufrimiento para otras personas? ¿Hasta qué punto un médico está obligado a separar la persona de la salud?

    La baja laboral trascendió al año y Recursos Humanos no veía oportunidad de que yo me recuperase, por lo que acabaron echándome.

    A día de hoy han pasado tres años, tres años en los que no he podido volver a comer carne. Tomo suplementos alimenticios para compensar la falta de vitamina y voy a terapia dos veces por semana.

    Las pesadillas son recurrentes y no parece haber medicación que mejore mi estado. He llegado a la conclusión de escribir esto antes de inyectar la solución salina que he preparado para acabar con mi vida, hace justo unos minutos. Aquí se acaba mi sufrimiento,  igual que también acabó el de Fátima cuando por fin murió. No tendré nunca más a Sergio en la cabeza, ni la perturbación constante de haber podido alargar la existencia anteriormente a alguien como él.

    Espero que mi mujer lo lleve de la mejor manera posible y sea capaz de perdonarme.




¿Realmente toda vida merece ser salvada?


2 comentarios:

  1. Pedazo de relato ,intrigante ,ameno y la reflexión del final muy buena .Me ha encantado ,espero muchos más 👍

    ResponderEliminar

Visión

Tenía tan solo 7 años cuando el sentido de la vista me fue arrebatado. Recuerdo despertar aquel día de invierno con esas manchas sin sentid...